PARA REFLEXIONAR ACERCA DEL SILENCIO MASÓNICO

  
Un tema suficientemente agotado de esta doctrina lo constituye el “silencio.” Temática que para interés de todos no se agota en el grado de aprendiz, sino que se arraiga en el masón, indistintamente del grado que ostente y el rito que practique.

Pretenderé a través de estas breves líneas manifestar un pensamiento, que a pesar de la manera en que se ilustra, dista de ser propio, pues muchas de las ideas que tenemos concebidas, y que nos llegan como relámpagos a nuestra mente cuando estamos meditando o escribiendo, ya han pasado por otras mentes y han sido expresadas por otras personas en el transcurso de las distintas épocas de la humanidad.

No me detendré en asuntos etimológicos o de origen del silencio, pues el pretendido es otro.

Habrá razones históricas, filosóficas, religiosas, e incluso motivaciones profanas para guardar silencio, para ser sigiloso, para guardar un secreto. Pero sea cual fuere la razón, lo cierto es que guardar silencio constituye un acto de prudencia, la inclinación del alma humana a buscar refugio en el recogimiento, de evitar la causación de un daño o la proliferación de una idea maliciosa.

Santo Tomás indicaba que constituye un deber natural guardar silencio de todo aquello que llegue a nuestro conocimiento indistintamente de la forma en la que nos hayamos enterado.

El silencio constituye un fenómeno de quietud, de imperturbabilidad corporal, mental, intelectual, o espiritual.

Masónicamente empleamos el término para hacer referencia a una etapa que precede el estado de madurez del aprendiz, e igualmente para materializar el cumplimiento de un deber moral impuesto a todo masón desde el día de su iniciación.

En lo que al aprendiz corresponde, dicho silencio es impuesto a modo de evitar que lleve al mundo exterior, a través del verbo, un conocimiento distorsionado, propio del campo de la especulación y no de la ciencia o la filosofía, pues partimos de la base de que si nada sabe, nada puede decir. El silencio arropa al ocupante de la columna “b” para invitarlo y disciplinarlo en el arte de la reflexión, en la maduración de las ideas, en el dominio de las emociones, de los deseos e instintos que logran materializarse a través del lenguaje. Corresponde en este evento al arte de dominarse y disciplinarse.

Bajo el enfoque del deber masónico, el silencio corresponde a la necesidad de no divulgar los asuntos tratados en logia. Secreto en comento que tiene una doble connotación, esto es, una externa y otra interna. Lo primero en cuanto no se puede develar la doctrina a los no iniciados, y lo segundo, en cuanto al interior de la logia, reviste el deber de no tratar entre iniciados temas de un grado superior con miembros de un grado inferior, e incluso de lo que ocurre al interior de una logia con relación a las demás.

Pero valga la pena resaltar que las razones históricas que sustentaron la necesidad de este silencio, como lo fueron las persecuciones del clero y demás instituciones, sectas, asociaciones, e incluso por el Estado mismo, y que representaban un peligro para la vida de los miembros de estos augustos misterios e igualmente para estabilidad de la institución, ya no están presentes en la actualidad.

De esta suerte bien podemos afirmar que el silencio no es un deber predicable respecto de toda la actividad masónica, como se pretendía antes, y de ello dan cuenta muchos fenómenos sociales, tales como la venta al público de la literatura de la institución, la realización de programas televisados y radiales en los que se entrevista a versados miembros de la masonería con el propósito de ilustrar a la sociedad acerca de los valores, principios, derechos, deberes y prohibiciones que rigen estos augustos misterios.

Incluso, encontramos en redes sociales videos en los que se detalla paso a paso la celebración de ceremonias de iniciación, aumento de salario y exaltación. Hallamos textos en los que se informa al público acerca de temas tan íntimos como la palabra secreta, de paso, el signo y el toque, descritos tan al detalle, e incluso suficientemente ilustrados, que cualquier profano podría atribuirse el título de masón. Incluso se ha presentado la circunstancia de encontrar personas no iniciadas con conocimiento más profundo sobre la orden que muchos de los iniciados ignoramos. Pero bueno, esto es otro de los efectos perversos que se generan por la falta de enseñanza al interior de la logia, y por el abandono al que se somete al aprendiz, al compañero e incluso al maestro mismo, a quienes se les abandona a estudiar por su cuenta y a su propia suerte, y de allí que normalmente presente sus planchas para cumplir con una determinada carga que lo habilitará para seguir escalando grados, aunque hay algunos que los adquieren por el simple transcurso del tiempo y unas monedas.

Ahora bien, las anteriores situaciones no podrían jamás constituirse en la razón por la que la masonería debe abrir sus puertas al público, esto es, el conocimiento y secreto masónico no debe develarse en razón a que ya cualquiera puede acceder a él en las librería o en las redes sociales.

La razón fundamental, única, justa y digna que justifica la popularización de estos augustos misterios radica en que esta doctrina tiene por objeto la liberación, edificación, exaltación y mejoramiento del ser humano en los cuatro plataformas de su existencia, esto es, la corporal, mental, intelectual y espiritual o transcendental.

Esta necesidad de mantener en reserva doctrinas que contribuyen al mejoramiento de la humanidad, me hace recordar una entrevista documentada a un yogui de la india, conocido por el nombre de Srila Prabhupada, la cual transcurre así:

Reportero: Hay un Yogui que está dando unos mantras, pero son secretos.

Srila Prabhupada: ¿sus mantras no son públicos?

Reportero: No. Son secretos.

Srila Prabhupada: Hay una historia sobre Ramanujacharya, un gran maestro espiritual consciente de Krishna. Su maestro espiritual le dio un mantra y le dijo: “Mi querido hijo, canta este mantra silenciosamente. Nadie más puede escucharlo, es muy secreto”. Ramanujacharya preguntó a su gurú (maestro) ¿cuál es el efecto de ese mantra? El gurú le dijo: “Por cantar este mantra en meditación, obtendrás liberación”. Así, Ramanujacharya de inmediato fue a una gran reunión pública y dijo: “Todos, canten este mantra, se liberarán”: Luego, él regresó donde su maestro espiritual, quien estaba muy molesto y le dijo: “Le pedí que cantara en silencio”. Ramanujacharya dijo: “Sí, he cometido una ofensa. Así que puede darme cualquier castigo. Pero como me dijo que ese mantra daría liberación, yo lo hice público. Que cada cual se libere, y mándeme al infierno, estoy preparado. Más, si por cantar este mantra todo ser se libera, permita que se distribuya en público”. Su maestro espiritual luego le abrazó diciendo: “Eres mejor que yo”.

Te das cuenta si un mantra es tan poderoso, ¿por qué debe ser secreto? Debe ser distribuido. La gente está sufriendo. Así, cheitanya Mahaprabhu dijo: “Canten este mantra en voz alta. Quien sea que lo escuche, incluso los pájaros y las bestias, se liberarán[1]”.

La identificación del propósito o finalidad de la masonería conlleva a que se revise el alcance de los deberes impuestos por la institución a todos sus iniciados, en el sentido de evitar que se produzca una pugna entre la finalidad de la doctrina y su contenido. No puede alcanzarse un fin si los medios dispuestos para ello apuntan a una dirección contraria.

Ello porque muchas veces el silencio masónico deja de ser un deber moral para convertirse en un acto de egoísmo, tiranía y sometimiento, e incluso podría calificarse de una situación autodestructiva. Y así será si en una errada interpretación del deber de sigilo nos reservamos para sí mismos un conocimiento que estimula el desarrollo del ser humano, de un asunto que le permite a la humanidad, sin distinción alguna, la búsqueda y encuentro de su espiritualidad, del criterio que le permita abrir los ojos y observar que todos pertenecemos y emanamos de una misma fuente de energía, y que a ella debemos retornar mejorados, no degradados.

Lo anterior obliga a la masonería a popularizar su doctrina, a abrir sus puertas, a realizar trabajos de perfeccionamiento moral, incluso con personal no iniciado en la orden, para tratar que su luz impacte y beneficie todas las conciencias.

No tiene sentido considerarse depositario de un gran conocimiento si el mismo no se comparte, y en consecuencia ha de condenarse a extinguirse por el inevitablemente transcurso del tiempo que todo lo consume. Nótese que cuando un árbol es bueno da frutos, frutos que a su vez contienen una semilla que ha de garantizar la continuidad y proliferación de la especie.

En este evento vemos que el árbol, poseedor de una energía vital que le permite multiplicarse, no es egoísta. Él no procura evitar al máximo el florecimiento para ser considerado el único depositario de tal energía hasta su envejecimiento y esperada muerte. Por el contrario, el árbol, una vez que está preparado florece, y de cada flor nace un fruto que ha de ser a su vez depositario de la misma energía vital que le permitirá garantizar la prolongación indefinida de su especie.

El ser humano muchas veces cierra sus ojos a las leyes de la naturaleza, escenario en el que se observan maravillosos actos de desprendimiento que por lo general son extraños en el ser humano. Tanto el Reino animal como el vegetal ofrecen y comparten lo más preciado que tienen, nada se reservan a fin de garantizar la continuidad y el mejoramiento de su especie. Ya vimos, en el escenario de mundo vegetal, el ejemplo del árbol produciendo frutos, esto es, multiplicándose. Y en el animal observamos con agrado la conducta de las abejas, seres vivos que, como los humanos, viven en sociedad en la colmena, y de lo más preciado que producen, que es la miel, toda la colonia, esto es, su propia especie en principio, se ve beneficiada. Pero también contribuyen con el mejoramiento de otras especies, por ejemplo, cada vez que eligen una flor para alimentarse y luego servir de instrumento polinizador. ¿Hará lo mismo el ser humano con la miel de su conocimiento, de su cultura y herramientas de perfeccionamiento moral?

Pasajes bíblicos nos revelan que Jesús abandonó la negativa de ayudar a una oveja que no era de su rebaño, es decir, abandonó su silencio frente a una determinada colectividad cuando evidenció que el propósito de su misión enaltecía el nombre del creador siempre y cuando incluyera en su seno a todos los seres.

Así se relata en el evangelio según San Mateo, capítulo 15, versículos 22 a 27.

“21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón.

22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". 

23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". 

24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".

26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".

27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".

28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.”


Si utilizáramos este pasaje bíblico para recrear una situación masónica podríamos construir lo siguiente:

El hijo del gran arquitecto del universo se dirigió a la tenida de la Gran Logia Sierra Nevada con sede en Santa Marta.

Entonces un profano que salió a su encuentro empezó a gritar: ¡Señor, Hijo del gran arquitecto, ten piedad de mí! estoy terriblemente atormentado por el demonio de la ignorancia.

Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndelo, porque nos persigue con sus gritos". 

El hijo del gran arquitecto respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la masonería".

Pero el profano fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme no quiero ser presa de la ignorancia y la degradación moral!”.

El hijo del gran arquitecto le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos de la viuda, para tirárselo a los cachorros".

El profano respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".

Entonces El hijo del gran arquitecto le dijo: "profano, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento el profano acompañó al hijo del gran arquitecto del universo a la gran logia sierra de Santa Marta con el firme propósito de ayudar a toda la humanidad, sin reservas de raza, credo, grado o profesión, a salir de las sombras.

HH:., cuál es el momento para compartir el conocimiento, para compartir la luz, para ayudar a nuestros HH:. ciegos a salir de las tinieblas, a que construyan su templo moral, no desde un punto de vista teórico sino práctico, que en realidad descubran que la masonería, tal y como lo dijo un doctrinante, es carne de su carne, sangre de su sangre y vida de su vida.

Imposible compartir el conocimiento desde oriente eterno a todos los HH:. y mucho menos esperar una próxima encarnación para difundir lo que en vidas pasada no se socializó.

Quien tiene un conocimiento útil para los demás y no lo comparte, asume una gran responsabilidad ante el gran arquitecto del universo, pues ello revela falta de compromiso moral y espiritual con la evolución de los seres. No creo que el gran arquitecto del Universo, Jesús, Krishna, alá o Dios, cualquiera sea la denominación con la que lo identificamos, premie a un ser por la adquisición de un conocimiento o el desarrollo de una ciencia que se negó a compartir.

Invito a todos los HH:. para que en un acto de reflexión meditemos si los conocimientos materiales, mentales, intelectuales y espirituales que poseemos son útiles para el beneficio de la humanidad, para extraer de las cloacas de la degradación a nuestros HH:., y en tal fin, direccionar nuestro actuar hacía la ejecución del agradable acto de compartir.


ROSEMBER RIVADENEIRA BERMÚDEZ




[1] Los Secretos de un Yogui. Su Divina Gracia. A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada. Pág. 3.

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